Loquillo
reclama su clacismo
El
rock pautó el concierto del cantante en las Fiestas de Primavera de
L'Hospitalet.
Más
listo que el hambre y intuitivo como quien necesita serlo para
sobrevivir. José María Sanz Beltran. (Barcelona. 1960), ha iniciado
su conquista de la tercera juventud. Lo hizo la noche del sábado 23
de abril en L'Hospitalet de Llobregat, una ciudad con aroma a
barrios, ese contexto que tanto domina Loquillo, que aprovechó las
Fiestas de Primavera de la ciudad para echar a andar su último
proyecto, un nuevo disco con el que retorna a la faceta más roquera
y clásica, un forma de volver a las raíces, sin duda a la gramática
más segura, la escrita en clave de energía y con frases que aspiran
a ser parte de himnos.
Era,
pues, un Loquillo en su más pura esencia, instalado en su particular
cámara hiperbárica en la que el tiempo se ha suspendido tanto para
él como para quienes, como espectadores se deitan con él, de manera
que su música acaba siendo el refugio donde siempre se hallarán
certezas. No es mala receta para tiempos turbios, para épocas de
congoja.
Si
se cerraban los ojos, bien podría estarse en los años ochenta.
Público, repertorio y actitudes eran similares. Incluso en algunas
zonas del recinto de La Farga parte de la asistencia, dictándose sus
propias leyes, fumaba como cuando el dinero llegaba a raudales de una
Europa que comenzaba a tutelarnos. La única diferencia, kilo aquí
kiko allá, eran las canas, las de Loquillo, que no de su banda, una
especie de los Trogloditas en cuanto a energía y pegada.
Y
el repertorio, con el nuevo disco. Viento del Este, ampliamente
representado en el cancionero de la noche con siete de sus doce
cortes, busca su renovación con ese tipo de composiciones que tienen
su referencia en el propio Loquillo, portavoz de generacionales
aspiraciones cuando cantó El mundo que conocimos un homenage a Los
Negativos mediante versión a su Viaje al Norte. Fue un Loquillo en
busca de nuevos clásicos que logren el nivel de Memorias de jóvenes
airados, peldaño previo al Olimpo de Carne para Linda. La mataré o
Quiero un camión, que sonaron en el tramo más noble del largo
repertorio.
Así,
el concierto tuvo una larga introducción con temas nuevos, seguidos
por el público con atención aunque con distancia, no en vano eran
temas aún no demasiado conocidos que se entrenaban en aquel
instante. Eso sí parecían atesorar las claves del Loquillo más
clásico, tirando de estampa, energía y generación.
El
rock parece, pues, que ha vuelto a Loquillo para felicitarle un
autohomenaje – A tono bravo, por ejemplo, recuerda Feo, fuerte y
formal– y brindarle ese papel de timonel de la nave, ese que tanto
le gusta y que pauta todos sus desvelos. En L'Hospitalet de Llobregat
lo logró y el timpo pareció una vez más que había dejado de
importar. Los clásicos siempre devuelven a su público la mejor
imagen que éste tiene de si mismo.
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